Spinoza y Freire: Un imaginado diálogo sobre el devenir ético de la vida

Zambrano, I. (2020). Spinoza y Freire: Un imaginado diálogo sobre el devenir ético de la vida. Círculo Spinoziano. 2(2), 112-120.

Ivannsan Zambrano – Spinoza y Freire: Un imaginado diálogo sobre el devenir ético de la vida[1]

 

Entre caminos y senderos de libros, sobre algunas estanterías en la biblioteca universal, caminan Paulo Freire y Baruch Spinoza. Días atrás han sido presentados. Gibran los ha juntado. Les dijo: “Ustedes deben conocerse, serán buenos amigos”. Y han pasado los días, las palabras y los encuentros. Ahora los vemos juntos, caminando, nos acercamos a sus espaldas, los seguimos, hablan, ríen.

De cerca se escucha…

Spinoza: ¡Así que ser más y ser menos, Freire!

Freire: ¡Sí! ¡Sí! Eso es importante. ¡Se trata nada más y nada menos que la vocación ontológica de los hombres! Buscan ser más, ¡siempre más!

Spinoza: La ontología es una respuesta a la pregunta por la vida, qué es la vida y cómo vivirla. Hoy casi no hablan de eso, Paulo. Creo que tienen miedo de pensar en grande y por ver el árbol no ven el bosque. ¡Es curioso! Recuerdo la historia de un hombre que tenía los ojos vendados y, tocando la trompa de un elefante, pensaba en una serpiente. ¡Una paradoja!

Freire: Cierto, creo que hay pensar ontológicamente; sin embargo, para mí, una ontología que es principalmente vocación, deseo de ser, de vivir, de ser más.

Spinoza: ¿El Ser? Por eso, ¿ser más?  Entonces, afirmas que los hombres quieren ser más. ¿Ser más respecto a qué?

Freire: Cuando hablo de ser más, me refiero a los hombres respecto a sí mismos, el hombre para sí. Ser más es ser para sí mismos en su exploración, su cuestionar, su búsqueda, en su afirmación y su libertad, ser auténtico… Ser más, Baruch, es no ser para otro principalmente.

Spinoza: Es interesante. Habla más de eso. Me siento un poco identificado. No sé si me has leído, pero para mí eso del ser más y el ser menos podría estar relacionado con los aumentos y las disminuciones, pero cuéntame vos, y ya te contaré lo que pienso. Entonces, ¿ser más, ser menos?

Freire: Claro, ser más es opuesto a ser menos. Ser menos es ser para otro, es decir, no ser para sí mismo. El otro, y hablo del otro opresor, el otro que nos margina, nos engaña y nos condena a la injusticia, la violencia y la enfermedad. Todos, mi querido Baruch, somos ese otro, somos él cuando hacemos del mismo o de la naturaleza un objeto inerte y pasivo, un recipiente en quien ponemos lo que deseamos, a quien le damos forma, y en ese camino negamos a ese otro, le impedimos ser.

El opresor nos condena a ser una versión histórica de nosotros mismos que no nos beneficia y que lo mantiene a él en su condición. Ese otro es quien no nos deja ser debido a que nos inscribe en una historia que no es nuestra, sino suya, obligándonos a ser menos, una donde somos menos que él.  Donde, en el mejor de los casos, somos alguien a quien él ayuda. ¡Se trata de una falsa generosidad! Alguien con quien es generoso e, incluso, a quien invita a emanciparse y, sin embargo, es él quien habla, piensa, hace, vive. ¿Y nosotros, Baruch? Nosotros no hablamos, no pensamos, somos pensados, inventados, reproducidos, y cuando lo hacemos hablamos como él. Queremos ser como él, pues no tenemos sino su testimonio de vida, lo que él nos ha enseñado y con lo que nos ha engañado. ¡Amigo! Lo reproducimos a él oprimiéndonos a nosotros mismos, y en ese camino no somos quienes escribimos nuestra historia y…

Spinoza: ¡Espera! ¡Vas muy rápido! ¿Cómo así que queremos ser como él? ¿Quién es él? ¿Que él nos engaña y nos margina y que eso lo hace mantener su condición de opresor?

Freire: Sí, Baruch. Hay un opresor, una sociedad opresora. Ella está integrada por individuos (a veces nosotros mismos) que han construido una idea de realidad que los reproduce, que los hace ver como el único camino posible de ser, de vivir la vida humana. Ellos, Baruch, han escrito la historia vivida y la que viviremos: su historia, y en esa historia nosotros nos identificamos, nos buscamos. En esa historia, Baruch, nosotros somos no solo los oprimidos, sino llegado el momento los opresores, pues es la única alternativa, el único testimonio que tenemos de lo que es ser humano, de lo que es vivir, de lo que es ser más.

Un hombre, digamos alguien en condiciones desfavorables, en situación de pobreza, decide ser distinto; y el único camino, la única idea que tiene, es ser cómo ellos. Ese hombre buscará tener más, y tener es cosificar la vida. Para él, al igual que el opresor, todo es objeto: las personas, la naturaleza, los sentimientos, todo es algo que debe poseer, de lo que debe ser dueño. Así las cosas, ese hombre que compartía la condición de pobreza con otros hombres, las mayorías, deja de ser pobre y oprimido para ser, o intentar ser opresor. Alguien que, inscrito en el tener más, cosifica todo, incluso a sus seres más cercanos. Seres a los que ahora ve con desprecio, pues los considera inferiores, incluso culpables de su condición.

Spinoza: Entiendo. El problema son los hombres en sí mismos; unos oprimidos, otros opresores. Estos últimos mantienen a los primeros en su condición de oprimidos cuando no los dejan ser. No los dejan pensar por sí mismos, explicarse y entenderse, ser más. ¿Cierto?

Freire: El opresor se hace a sí mismo luz y el oprimido siempre es la oscuridad. Ahora, cuando el oprimido toma consciencia de sí, de su historia, es decir, cuando se inscribe en el ser más, pues es luz para sí mismo y también para el opresor, todo cambia. Y es que el opresor, Baruch, es también un oprimido; él no tiene otra versión de sí, sino aquella en la que oprime o es oprimido. Él siempre buscará ser opresor, por comodidad, tradición y deseo de poder. Escucha, Baruch, los hombres se oprimen a sí mismos. Hay unos que son oprimidos, otros opresores de esos hombres. Sin embargo, tanto los que oprimen como los que se dejan oprimir están deshumanizados. Solo aquellos que trascienden esta dualidad son libres, auténticos, realmente humanos.

Cuando el oprimido toma consciencia de sí, de su situación concreta y su ser en el mundo, entiende que no necesita ser oprimido ni opresor. Que puede crear junto al opresor, ese otro también oprimido, un mundo nuevo, un mundo en el que el dialogo entre los hombres por ser más y no ser menos alumbre una nueva realidad social, una historia realmente humana.

Spinoza: Entiendo, Paulo. Tu lectura del mundo humano es sumamente potente.  Efectivamente los hombres se oprimen a sí mismos y reproducen esa opresión. En todo caso, hay algunas cosas que me gustaría pensaras o, bueno, que lo piensen los que te piensan, pues nosotros ya no hablamos, sino es por aquellos que nos recuerdan.

Entonces, según dijiste hace unos días, cuando también caminábamos en este pasillo, los hombres siempre están siendo, están inacabados. En ese estar siendo y en la exploración de ese devenir, radica la voluntad de ser más. Me pregunto: ¿Qué están siendo ahora? ¿Hoy mismo, qué son? Tú podrías responder: en su mayoría, oprimidos. También dirás: oprimidos que tienen la oportunidad de transformarse a sí mismos y lograr la autenticidad, esa que se cultiva en el dialogo, el dialogo como actor creador, espacio de nacimiento y creación de una nueva sociedad, un nuevo mundo.

Ahí está lo primero que me hace ruido, Paulo. Los hombres en esa creación de sí mismos –no individual, pero si colectiva– dan a luz nuevas formas de ser en el mundo. Y seguramente, o por lo menos eso se esperaría, esas nuevas formas de ser en el mundo, esa pluralidad, tendrán como riqueza la diferencia. Somos diferentes, y la diferencia, Freire, es también un acto de poder, de creación y principalmente reafirmación. Ser diferente lleva a no ser igual respecto a los otros, a definir qué es lo bueno y qué es lo malo de acuerdo a esa diferencia, Paulo. Habrá desacuerdos, tensiones, y, de nuevo, otro se colocará en el lugar de la opresión.

Freire: Si, tu punto de vista es sugestivo. Sin embargo, hay un aspecto fundamental. Amigo, los hombres no devienen auténticos espontáneamente, sino a través de una comprensión concreta de su situación histórica. En otras palabras, un entendimiento que no integra el mundo de las ideas, ni se queda allí como mera propaganda intelectual, sino que deviene en la relación teoría/practica, la praxis. Se trata de un compromiso que exige de parte del oprimido capacidad de reflexión. Por ende, no hay ingenuidad, hay construcción reflexiva, ética y política.

Escucha, Baruch. Sé que el mundo de los opresores se impone. Construye el mundo de los oprimidos. De cierta forma los determina. Sin embargo, también sé que los oprimidos pueden liberarse, y para ello han de hacer uso de la reflexión, de la toma de consciencia y el pensamiento crítico. Marx consideraba que los hombres no son producto de su ser, sino del modo de producción material de la vida, pero no creo eso completamente. Para mí, las ideas, el pensamiento del hombre, crea la realidad, y creará o dará lugar a una nueva historia. Ciertamente somos producidos en el mundo del opresor, mundo que también lo produce a él, pero ese mundo es una suma de ideas, son ideas hechas instituciones, creencias, rituales. También serán las ideas, el pensamiento, las que nos liberarán. Y no estoy hablando de algo teórico, alejado de la realidad, pues considero que la teoría es inmanente al devenir de lo real, de la emancipación. Amigo, la realidad es un proceso, y en ese proceso los oprimidos pueden rehacer su vida, reconstruir lo que ha sido la vida con miras a ser más y no seguir siendo menos.

Spinoza: No sé, Paulo. La experiencia y la historia nos han mostrado otra cosa. La razón, incluso la racionalidad moderna, no ha juntado a los hombres, no los ha reunido en un horizonte ético y político de vida. Ellos han devenido distintos, siempre acentuándose en la diferencia. Y, aunque no lo quieran, terminan dañándose a sí mismos, a los otros y a la naturaleza, la vida.

Bueno, considera lo siguiente, también en relación con lo anterior. Antes hablaste de una ontología, una pregunta a qué es la vida, y respondiste basándote en la vida humana, es decir, desplegaste una ontología de nosotros mismos, nosotros mismos en nuestro deseo de ser más. Sin embargo, una ontología que no incluye la vida en todas sus expresiones, solo habla de los hombres. Esto es sumamente problemático, pues al final termina reproduciendo un ontocentrismo atroz. El hombre como centro, el hombre como universo del todo. Esto lo lleva a pensar que él es más importante que el Todo, la naturaleza. Paulo, no se requiere de mucha reflexión para dar cuenta que somos parte de ella, que somos parte del mundo y que, si no nos cuidamos, o cuidamos la naturaleza, pronto acabaremos con ella y con nosotros mismos. No podemos reproducir el ontocentrismo, ni la relación sujeto/naturaleza (sujeto/objeto), pues nosotros, Paulo, somos la naturaleza misma, una parte de ella.

Paulo, pienso que este tema de ser más y menos debería contemplar una idea de ética, una ética de nosotros mismos en tanto parte del Todo, una que incluya a todo lo existente y que dé vía para pensar lo bueno y lo malo no desde el pensamiento de unos cuantos, pues, como te lo dije, los hombres siempre van a estar en desacuerdo. El único acuerdo al que han llegado es que no se pueden ponerse de acuerdo, y a eso llaman riqueza. ¡Hemos caído en un relativismo ético paupérrimo! Paulo, debemos pensar de nuevo lo universal. Heidegger decía pensar el ser. Definitivamente algo en lo que todos estén de acuerdo y nadie dude de que es así. Esto debido a que puede dar cuenta de su veracidad en sí mismo; el criterio de verdad es la experiencia propia.

Esta idea ha de ser inmanente, no una moral impuesta, algo trascendente. Para mí, como lo visibilice en mi Ética demostrada según el orden geométrico, esa idea nos habita, es inmanente a nuestra existencia, esa que es parte de la naturaleza, del Todo. Paulo, ¿qué busca un árbol, un grano de arena, un pájaro, el aire, todo lo que ves y no ves? ¿Qué es lo común a todas las formas de ser que podemos apreciar en el universo?  Amigo, todo buscar durar tanto como sea posible, durar es el objetivo de existir. El problema con el hombre es el cómo de ese deseo y el conocimiento que alimenta al mismo, pues, a diferencia de todas las cosas que lo rodean, el hombre no sabe vivir. Queriendo vivir, la mayoría de las veces atenta contra sí mismo y, tristemente, contra los otros seres que habitan el mundo. Entonces, el problema es el conocimiento. ¿Qué conocimiento orienta nuestra existencia?

El conocimiento que orienta la existencia de todo aquello que no es humano es sencillo. Se basa en elegir aquello que conviene debido a que aumenta la existencia. ¿Respecto a qué? La duración. Entonces, siempre se relacionan con aquello que aumenta y, en la medida de lo posible, dependiendo del caso particular (es diferente una piedra a un caballo), toman distancia de aquello que disminuye. Un caballo come aquello que le conviene y deja de lado aquello que no. Todo lo existente intenta relacionarse tanto como puede con lo que aumenta y no con lo que disminuye.

Freire: Es un poco complicado lo que hablas. ¿Una ética universal? ¿Una ética inmanente a la vida? ¿Una que se expresa en todo lo existente? ¿La naturaleza? ¿Nosotros, como parte de ella? ¿El conocimiento?

Spinoza: Déjame intentar explicarlo, pero no es fácil, pues hay mucha tela que cortar y muchos conceptos filosóficos sumamente complejos. A ver, quiero expresarlo de forma sencilla. ¿Sabes algo de Einstein? ¿Su idea de energía? A partir de Einstein y su teoría de la relatividad se puede sostener que todo es energía. Esto solo a modo de ejemplo. En todo caso, yo había sostenido: todo es Sustancia. Bueno, Todo es energía, lo que vemos y lo que no, lo que existe y existirá, Paulo. El Todo. Si todo es energía, nosotros somos una expresión de ella, al igual que los árboles, el aire o las ideas. Ahora, todas las infinitas expresiones de la energía, una de ellas nosotros, buscan durar tanto como sea posible. Ese es el objetivo de existir: durar. Podríamos decir que hay aumentos cuando hay condiciones que prolonguen la duración y disminuciones en el caso contrario. Somos grados de energía que se aumentan y se disminuyen, ¿entiendes?

Solo los hombres atentan contra sí mismos, se disminuyen. Solo los hombres causan desarmonía en sí mismos y con lo que los rodea. Y no es debido solamente a que las mayorías sean oprimidas por unas minorías solamente. No, Paulo, creo que no es eso; es algo más profundo, más radical. Paulo, en general y sobre todo hoy en día, los hombres no saben de sí y no saben de la vida. No sabemos qué somos ni como eso que somos es parte del Todo. Y entonces dudamos respecto a cómo vivir, a qué es verdadero y que es falso, qué es bueno y qué es malo, unos dicen una cosa y otros, otra. Ahora, producto de ese desconocimiento, los hombres creen que son algo aparte del mundo, de la naturaleza, y por eso la explotan, la destruyen. Creen que ellos son el centro de la vida, de todo. En esta vía reproducen un conocimiento que justifica la existencia, que explica por qué viven cómo viven. Sin embargo, se muerden la cola todo el tiempo. Por ver el árbol no ven el bosque.

En el hombre, como en todas las cosas, reside una norma de vida, algo acorde al orden y la conexión de la vida, del Todo. Ese orden, esa conexión, es en sí misma un horizonte ético, uno que el hombre comienza a seguir cuando se pregunta por su existencia, por la verdad respecto a la vida.

Freire: No sé. Eso me suena a metafísica y no creo en ella. Baruch, por andar pensando en verdades eternas y trascendentales, en un más allá alojado en el mundo de las ideas, los hombres han dejado de lado su situación concreta, y los hombres opresores terminan beneficiándose de eso. Mi amigo Marx decía que los filósofos se dedicaron a interpretar el mundo, pero no a transformarlo.

Spinoza: Sí, pienso lo mismo. Para mí el pensamiento ha de tener un fin y ha de partir de lo que a todos nos afecta en lo más inmediato, lo que todos sentimos, es decir, las emociones, el cuerpo, la experiencia… No en un más allá, sino en el acá. Yo, en mi obra, no pensé al hombre como un objeto abstracto y en relación con una metafísica alejada del mundo de los sentidos, la cotidianidad, sino como alguien que vive, que siente, y que desea vivir. Mi obra parte del hombre de carne y hueso en la situación concreta de su vida, la vida que está viviendo.

Ahora, déjame insistir en esto, he hablado de una ética universal e inmanente. Es inmanente debido a que no es una moral trascendente, una impuesta por un Dios en el cielo ni por una autoridad humana, un grupo de individuos que les dicen a los otros cómo vivir, su deber, esos que llamas los opresores. ¡No! Es inmanente debido a que puede ser leída y comprobada en todo lo existente, en esa medida es universal. En ella lo bueno y lo malo no existen en sí, sino en relación al orden y conexión de las cosas, a lo que somos. En esta vía, es bueno lo que permite durar, malo lo que no, bueno lo que aumenta mi duración en correspondencia con la duración de lo que me rodea, malo lo que disminuye mi duración y la duración de lo que me rodea. Creo en una ética así debido a que bajo un criterio común e inmanente impulsa a los hombres, los moviliza en un horizonte de vida benéfico para todos y es comprobable por cada uno de ellos.

Por ejemplo, el hombre del que hablaste, él hace cosas que no le convienen, que lo disminuyen, no sabe qué le hace bien ni que le hace mal, qué lo disminuye o qué lo aumenta. La mayoría del tiempo vive en lo que llamo un primer género de conocimiento, es decir, como un trozo de madera en la corriente del río, sin ningún norte claro y siempre golpeado por una y otra cosa. Eso que le dice la sociedad. Pero, si ese hombre piensa, entonces se cuestiona y analiza respecto al conocimiento que orienta su existencia, eso que la sociedad puso en él. Esto debido a que en el lugar en que habita –y allí los otros individuos, por ejemplo, los maestros– lo invitan a hacerlo o se dan las condiciones para que así suceda, pues, ese individuo comienza a distinguir, a elegir. El pensamiento es un esfuerzo de la razón, un esfuerzo de selección, Paulo.

Efectivamente, ese hombre todo el tiempo se relaciona con ideas. Hay ideas que aumentan y otras que disminuyen. Ese hombre comienza a afianzarse en el segundo género de conocimiento. Comprende que hay causas y efectos, que nuestras ideas construyen la “realidad”, que unas nos aumentan, nos llevan a durar más, y otras nos disminuyen, nos llevan a vivir, a durar menos. Ideas adecuadas e inadecuadas. Ese hombre busca relacionarse (escoger) con ideas y acciones que lo aumenten y no lo disminuyan. El beneficio de esto es inmediato. Ese hombre entiende que hay un horizonte ético de vida, una respuesta a cómo vivir y ese horizonte es la política misma. Freire, un hombre así no es fácilmente manipulado, oprimido.

Y es que ese hombre paulatinamente comienza a distinguir entre lo que necesita y no necesita para durar, para vivir. Así las cosas, no es la sociedad la que pone en él el conocimiento, ese que oprime al oprimido al no dejarlo pensar, negando el ser más del hombre en sí, sino es él quien lo va construyendo y va dando cuenta de que es bueno para la vida, para su cuerpo. Ese hombre va distinguiendo lo que es bueno para sí y en esa medida para los otros. Él da cuenta de nociones comunes, esto es, que benefician a todos, que aumentan a todos. Una noción común, por ejemplo, es la idea de que ejercitarnos nos aumenta, esa idea es universal. Ese hombre, gradualmente, también se hace parte del tercer género, y comprende que es parte del Todo, que de cierta manera él es también el Todo, y que hacer daño al otro es como hacerse daño a sí mismo. Que el otro, como dijiste antes, el opresor, es también parte del nosotros y que la naturaleza no es un objeto externo a él, sino es él mismo.

Freire: Me inquietan tus palabras. Honestamente, no creo en a prioris respecto al hombres, en ideas que lo definan de antemano. Pienso que el hombre es producto de su situación histórica y es en ella donde tiene la oportunidad y el deber de construir su historia. En el caso de los oprimidos, una nueva historia.

Spinoza: Claro, pero dicha historia ha de estar cimentada en ideas adecuadas, ideas que aumenten. Freire, hay que enseñar a los hombres a pensar, y pensar primeramente lo que son, esto es, expresión de la energía. Para mí, la Sustancia, el Todo. Somos una parte del Todo. Una expresión que no tiene otro fin que existir, durar. Paulo, si sabemos qué somos y, en esa vía, qué necesitamos para vivir, si entendemos que debemos procurar aumentos y no disminuciones, y que dicha búsqueda tiene como eje el acto de pensar y diferenciar entre ideas adecuadas e inadecuadas, dicha acción en sí misma es una apuesta ética y política inherente a nuestra existencia. En esta vía no tendremos dudas respecto a esa nueva historia. Todos apuntaremos a ella, debido a que tenemos un criterio ético e inmanente de vida, uno donde los aumentos tienen que ver con ideas que propician la armonía, la serenidad, la paz y el amor. Y las disminuciones: la confusión, el dolor y la enfermedad. Paulo, nuestra situación concreta, en primer lugar, es ontológica, y seguidamente histórica, social y política.

Freire: Baruch, yo dejé unas cartas. Sé que fueron publicadas bajo el título Pedagogía de la indignación. Allí expreso mi interés por la ética. Sostengo que no basta que los hombres se amen entre sí, también deben amar el mundo y luchar por él. Tú tienes cosas que enseñarnos, he crecido escuchándote. Tal vez no es solo amar el mundo, es saber que somos parte de él, como dices. En fin, nuestras palabras, nuestros pensamientos, se reescribirán, se discutirán. Y en ellas se labrará el nuevo mundo. Nosotros hacemos parte del silencio. Ellos, los que nos leen, de la orquestada y necesaria creación.

[1] Al principio del texto, Gibran (Khalil) presenta a nuestros amigos. Las ideas expresadas por Freire aparecen principalmente en las “Palabras preliminares” y capítulos uno y dos de Pedagogía del oprimido, junto a la carta número 3 de Pedagogía de la indignación. En el caso de Spinoza, se puede consultar la Ética demostrada según el orden geométrico y el Tratado de la reforma del entendimiento. Ahora, el Spinoza acá presentado corresponde a la lectura que Deleuze realiza de él, aquella expresada en las obras En medio de Spinoza y Spinoza y el problema de la expresión. Exceptuando la idea de energía como Sustancia. Esta es un recurso ejemplificatorio que utiliza el autor de esta imaginada conversación para ayudar a los lectores a entender a Spinoza. El texto de Heidegger se titula ¿Qué significa pensar?