Nieves Meijide González
La amistad en Spinoza:
Un útil para incrementar la potencia
Resumen: Spinoza ofrece una propuesta ético-política en la que explora la posibilidad de alcanzar una alegría continua y sostenida. En este marco, el artículo examina la relación entre amistad, potencia y alegría como una de las estrategias de liberación ofrecidas por el autor. Explica la utilidad de las asociaciones humanas desde la perspectiva compleja conatus/commercium. Destaca los beneficios de la amistad como transición entre lo pasional y lo racional, como resultado de un tipo de asociación que bascula entre la necesidad y el amor, facilitando así una salida de la servidumbre humana propia de la soledad y la ignorancia.
Palabras clave: liberación, amistad, utilidad, ética de lo cotidiano
Abstract: Spinoza makes an ethical-political proposal in which he explores the possibility of achieving a continuous and sustained joy. In this context, the paper examines the relationship between friendship, power and joy as one of the many liberation strategies proposed by the author. It explains the utility of human associations from the conatus/commercium complex perspective. It highlights the benefits of friendship as a transition between the passionate and the rational, as a result of a type of association that swings between need and love, facilitating a way out of the human servitude of loneliness and ignorance.
Keywords: liberation, friendship, utility, ethics of everyday life
La filosofía de Spinoza consiste en una ética con base ontológica, en la que explora la posibilidad de alcanzar una alegría continua y sostenida que le permita liberarse del temor y el sufrimiento de la vida. En el presente artículo se tratará la amistad como uno de los resortes que pueden ayudarnos a aumentar nuestra potencia. Sin embargo, antes de analizar las ventajas que de ella se desprenden, debemos comentar la naturaleza humana, la causa del sufrimiento y las respuestas posibles ante él. Pues solo desde el conocimiento del ser humano, tal y como Spinoza lo concibió, podremos comprender su verdadera potencia en relación con los afectos, tanto para paliar los nocivos como para generar los dichosos.
Del ser humano
Como es sabido, los seres humanos somos afecciones de los atributos de la sustancia, modos en los que los atributos se expresan de una cierta y determinada manera (E1P25C). Dichas modificaciones no pueden existir ni ser concebidas por sí mismas sino a través del absoluto del que somos parte (E1P15). Dios es causa inmanente y no trascendente. La expresión, siguiendo en esto a Deleuze, implica una relación todo-partes en la que el Uno se manifiesta en lo múltiple al mismo tiempo que lo múltiple engloba el Uno. Es una relación hologramática en la que: “El Uno permanece englobado en lo que expresa, impreso en lo que desarrolla, inmanente a todo aquello que lo manifiesta” (Deleuze, 1975, p. 12), según el conocido binomio metafísico de implicación/explicación. Ello supone que el alma es una parte intensiva del entendimiento infinito de Dios (E2P11C), y la conexión nos permite tener un conocimiento adecuado de la esencia eterna e infinita de Dios.
El ser humano puede ser concebido como modo del atributo pensamiento (mente) y del atributo extensión (cuerpo). El hecho de que sea parte de aquella unidad superior hace que sea imposible dividirlo en dos sustancias, como hicieran Descartes y otros anteriormente. Mente y cuerpo no son dos sustancias distintas, sino la misma unidad pensada y expresada de dos maneras diferentes (E2P7), que es lo propio de la constitución de un individuo psicofísico. Lo que a su vez indica que el orden de las acciones y las pasiones de nuestro cuerpo es correlativo al orden de las acciones y pasiones de nuestra alma; lo que percibe el cuerpo, lo percibe el alma y viceversa. Simultaneidad y correlatividad son los conceptos claves para entender las relaciones que se establecen en el ser humano entre sus distintos planos. De este modo, Spinoza remplaza el tradicional dualismo por una concepción integrada del ser humano.
La unidad de los modos conlleva la identidad de la potencia, por lo que es lícito afirmar que aquello que aumenta y fortalece la potencia de nuestro cuerpo, aumenta y fortalece la potencia de nuestra alma (E3P11). La potencia –de ser y pensar– es la unidad a la que remiten las dimensiones que podemos distinguir con nuestro entendimiento en el ser humano, en tanto que expresión de la potencia por la que Dios es, piensa y actúa (E3P6). Luego la esencia del ser humano, su conatus, es el esfuerzo por perseverar en su ser tanto si nuestra potencia es fuerte como si es débil, es decir tanto si tenemos ideas claras y distintas como si las tenemos confusas (E3P9). Lo cual se traducirá, con las debidas mediaciones, en que gocemos o suframos.
De la naturaleza del sufrimiento
En las dos primeras definiciones de la Parte III de la Ética, Spinoza identifica el sufrimiento humano con la causalidad parcial de nuestros efectos. Esto es, cuando la potencia de las cosas exteriores supera la nuestra, estas se convierten en causa de nuestras afecciones y estamos a su merced. Por ello se dice que padecemos cuando somos determinados por causas externas, mientras que somos causa adecuada de nuestras acciones cuando estas pueden entenderse por nuestra sola esencia.
Ahora bien, en el axioma de E4 Spinoza dice que no puede darse ninguna cosa singular en la naturaleza cuya fuerza no sea superada por otra. Además, “la fuerza con que el hombre persevera en la existencia es limitada e infinitamente superada por la potencia de las causas externas” (E4P3); y, por ello, afirma en la siguiente proposición que es imposible que este no pueda padecer ningún cambio fuera de aquellos de los que él sea causa adecuada, es decir, que está abocado a ser en ocasiones causa parcial de sus afectos. Esto significa, como se indica en E4P4C, que: “necesariamente el hombre está siempre sometido a las pasiones”, lo que permite concluir que el sufrimiento es algo inherente a la vida humana. La impasibilidad defendida por los estoicos es en Spinoza inalcanzable y siempre habrá momentos en los que no podamos mantener la tranquilidad.
Ser causa parcial de nuestras afecciones responde a tres factores: la infinidad de contactos con el exterior, que a menudo provocan afectos contrarios; la ignorancia sobre la naturaleza de estos; y la fugacidad de los objetos que nos afectan. En primer lugar, los afectos que se dan en el sujeto son múltiples: “Hay tantos afectos como especies de objetos por los que somos afectados” (E3P56) y “un solo y mismo objeto puede ser causa de muchos y contrarios afectos” (E3P17S), lo que supone que no estamos preparados para lidiar con todos ellos y que seamos arrastrados por los mismos en diversas direcciones. Esa profusión los torna inmanejables en tanto que son impredecibles e inabarcables. Por lo que debemos aceptar que a menudo nos sorprenderán y nos harán tambalearnos, pues conocerlos todos es imposible.
Padecemos porque ignoramos las causas que nos mueven y el desconocimiento supone ideas inadecuadas que nos impiden determinarnos por nosotros mismos. De los tres géneros de conocimiento planteados por Spinoza la imaginación es la responsable de nuestro sufrimiento y la causa del error, pues concatena ideas que implican la naturaleza de las cosas, pero que no la explican, es decir, no nos remite a la causa primera de las cosas (E2P18). En su lugar, realizamos asociaciones de ideas que se suceden de acuerdo con el orden con el que se presentan y no con el orden que debe establecer nuestro entendimiento. Spinoza coincide con la tradición en que el conocimiento verdadero es aquel que contiene las causas de las cosas, es decir, el conocimiento del efecto no es más que el conocimiento de la causa (E1Ax4). Es por ello que de la imaginación no se desprende un conocimiento adecuado, sino que somos determinados por el choque fortuito de las cosas, cayendo así en la servidumbre y el padecimiento (E2P29). A pesar de esto, es asimismo cierto que la imaginación nos aporta útiles irrenunciables: puede servir de apoyo y refuerzo, brindándonos una recta norma de vida, unos criterios seguros que grabados en nuestra memoria se apliquen continuamente a las cosas particulares, de manera que practicamos ejercicios mentales para prevenir los peligros de la vida y así dirigir nuestra atención hacia aquello que nos es útil, a la vez que nos alejamos de lo que debilita (E5P10S).
Frente a la imaginación, es sabido que la razón y la intuición se erigen como fuentes del conocimiento verdadero. La razón nos permite, a partir de la experiencia, establecer vínculos y relaciones que, a través de la inducción, generan nociones comunes que dan cuenta de las distintas conexiones de la realidad y así ayudan a comprenderla. Aunque no siempre bastan para liberarse de las pasiones, por ello el holandés repite que “a menudo, aun viendo lo que es mejor, hacemos lo que es peor” (KV II, 21; E4P17; E4pref; E3P2S). Señala así los límites de la razón, a pesar del papel clave en el proceso de liberación en cuanto que genera afectos activos muy útiles, los cuales se refieren a uno nuclear: la fortaleza de ánimo. Si atendemos a la definición de fortaleza que Spinoza aporta en E3P59S, vemos que de un lado incluye la firmeza de ánimo para desear aquello que nos indica la razón que nos es útil, y de otro lado supone la generosidad: “el deseo con el que cada cual se esfuerza en virtud del solo dictamen de la razón por favorecer a los demás hombres y por unirlos a sí mismo mediante la amistad” (E3P59S). Es imposible desligar en Spinoza la virtud, o sea, el deseo de ser feliz, de obrar y vivir bien (E4P21), del cuidado del otro. El holandés no deja lugar a dudas: “Todo aquel que se guía por la razón, desea para otros el bien que desea para sí”, porque “el varón fuerte no tiene odio a nadie, no se irrita contra nadie, no envidia, ni se indigna, ni desprecia a nadie, y no es en absoluto soberbio” (E4P73S). Se trata, por tanto, de una disposición general que luego se matiza según grados de amistad.
La intuición, por su parte, es el conocimiento más poderoso: “Procede de la idea adecuada de los atributos de Dios [el conocimiento racional] al conocimiento adecuado de la esencia [particular] de las cosas” (E5P25) y, por ende, de Dios; gracias a lo cual “nace [en nosotros] la mayor tranquilidad del alma que pueda darse. Quien conoce las cosas con este género pasa a la suprema perfección humana” (E5P27). La intuición singulariza al máximo el conocimiento de las esencias, lo que nos permite conocer al amigo en plenitud, sin celos ni envidias, porque el amor a Dios es común a todos los hombres, no puede ser mancillado y es fomentado cuantos más hombres gozan de él (E2P20). De este modo, la intuición propicia la unión entre los hombres, sin embargo, sabemos que son pocos los que llegan a tal sabiduría.
El tercer factor, derivado de los dos anteriores, es que depositamos nuestro amor sobre lo perecedero. “Aquello que no se ama no provoca nunca luchas; ni tristeza, ni pereza, ni envidia, si otro lo posee, ni temor ni odio, en una palabra, ninguna conmoción interior” (TRE, 9). Pero el amor es, como el sufrimiento, inevitable: no podemos no amar, pues amar es el deseo de unirnos y gozar con aquello que consideramos bueno. Aunque sí cabe cambiar un objeto amado por otro, por eso, aunque es necesario que nos unamos a otros objetos para fortalecernos (KV II, 5/1-5), podemos elegir un mejor objeto al que amar. El fundamento de todo bien y todo mal es el amor que recae sobre un determinado objeto (KV II, 14/4), por eso tenemos que elegir dicho objeto atendiendo a la calidad de este. Todo amor hacia lo perecedero engendrará sufrimiento, salvo pocas excepciones. En su lugar, solo Dios, eterno e infinito, merecerá ser amado con todas las fuerzas, porque del amor hacia él solo podrá desprenderse la máxima tranquilidad y bienestar.
Además, no todos sufrimos igual, pues “hombres diversos pueden ser afectados de diversos modos por uno y el mismo objeto, y uno y el mismo hombre puede ser afectado de diversos modos, en tiempos diversos, por uno y el mismo objeto” (E3P51). Esto es así por la diferencia de naturaleza en los objetos y en las personas, así como por su combinación en distintos momentos, y al final todo remite a que el sufrimiento depende de la potencia de las causas externas comparada con la nuestra (E4P5). Las cosas no son dañinas o malas en sí mismas, sino en tanto en cuanto nos afectan de una manera determinada que nos entristece y debilita (E4Pr). Pero existe la posibilidad de aumentar nuestra alegría en detrimento de la tristeza y para ello debemos incrementar nuestra potencia. El holandés se fija como tarea encontrar una fuente de felicidad estable y duradera, un bien que nos proteja de toda tristeza vigorizando nuestro ánimo. De ahí que hablemos de estrategias de liberación: la suma de fuerzas necesaria para actuar en vez de padecer. Cuando conocemos, nos alegramos y esto repercute en el plano práctico de nuestra vida. Conocer adecuadamente, sentir alegría y actuar son sinónimos en la filosofía de Spinoza, pues son expresiones diversas que aluden a la unidad de nuestra esencia o potencia. En términos éticos, esto significa que para perfeccionar nuestra naturaleza tendremos que reformar el entendimiento humano de manera que consiga entender las cosas sin error (TRE, 16), para lo que se requiere la conjunción de los planos físico, cognoscitivo, afectivo y práctico.
La amistad, como dice Méchoulan (2017), es una fuerza del alma que duplica el deseo de conservarse, ya que es al mismo tiempo un cuidado y un vínculo, donde el conatus spinozano implica ligarnos a otros para encontrar tanta utilidad como alegría (p. 16). Por un lado, la experiencia nos muestra que hay personas que consiguen sortear la servidumbre fortaleciéndose y ellos serán nuestro ejemplo, cual modelo de ser humano superior que sufre menos y goza más, y con el que conviene relacionarse. Y, por otro lado, esta tarea no podrá ser completada sin que nos unamos a otros por amistad (E4ApC9), lo que ofrece distintos grados y posibilidades.
De las características de la amistad
Lo primero a destacar es que la amistad significa establecer un tipo privilegiado de relación, pero entendiendo que parte de un nivel básico: “La potencia como capacidad de afectar y ser afectado de muchas maneras es una relación de relaciones […] en un doble nivel de complejidad: la forma del cuerpo y sus relaciones con el entorno” (Sainz, 2020, pp. 212-213). Esto, que obviamente se dice también del alma, supone una mirada compleja que atiende a la pareja conatus/commercium, es decir, a todos los intercambios efectuados, hasta desembocar en la dimensión ético-política de la vida humana, donde la amistad facilita el tránsito entre lo pasional y lo racional1. Digamos, de momento, que el punto de partida es que es cierto que “si se mueve entre aquellos individuos que concuerdan con su naturaleza, la potencia del hombre será por ello mismo ayudada y fomentada” (E4Ap7), puesto que a nada teme más el ser humano que a la soledad (TP, VI, 1); todo lo cual ofrece un amplio margen de maniobra y de grados de relación.
Tatián hace un análisis de las relaciones humanas en el ámbito de lo político en términos de mínimos y máximos: lo mínimo que los seres humanos tienen en común es que todos los cuerpos convienen en ciertas cosas (E2L2), lo máximo es que los seres humanos que guían su vida racionalmente son los que más concuerdan entre sí (E4P35). Podemos aproximarnos a la amistad en semejantes términos, estableciendo unos mínimos y unos máximos que los seres humanos comparten: frente al ideal de la amistad entre sabios, también los ignorantes se asocian, pues pueden prestarse entre sí un auxilio más excelente que cualquier otro (E4P70E). Nadie es completamente sabio, sino que fluctúa entre la vida pasional y la racional, lo que significa que no pueden excluirse diferentes grados de relación que dependan de la buena voluntad y de un espíritu de concesión mutua (Macherey, 1994, p. 469). Además, “la naturaleza no está confinada a las leyes de la razón humana, que tan solo miran a la verdadera utilidad del hombre y a su conservación” (TTP 16, 190s), sino que en la vida la comprensión es a menudo desbordada, pues coexiste con la imprevisibilidad y lo fortuito, de manera que hay que adaptarse al hecho de que la cotidianidad es concebida casi siempre sub specie instantis (Espinosa, 2018, p. 272), todo lo cual demanda ser flexible.
Por eso, no solo la razón puede movernos hacia la concordia y la amistad con otros hombres, sino que también hay pasiones útiles como la humildad, el arrepentimiento, la piedad o la conmiseración que, aunque son consideradas muestras de impotencia porque suponen tristeza, pueden contribuir de forma positiva a las relaciones humanas (Lucash, 2012, p. 315), pues permiten una primera institución de lo social dentro de unos parámetros de libertad limitada (Tatián, 2002, p. 145), Spinoza así lo indica en E4c15: para fomentar el amor y las cosas que generan concordia en el Estado son necesarias aquellas cosas que se refieren a la religión y a la piedad. Estas formas de amistad restringida alimentan la transición hacia estadios superiores de potencia, en cierto modo compartida. Incluso los afectos pasivos que de ella se desprenden permiten generar a posteriori afectos activos como la generosidad y la honestidad, estableciendo así un puente hacia el crecimiento personal.
Dice Spinoza en E4P50E que “quién no es movido ni por la razón ni por la conmiseración a ser solidario con otros, merece el nombre de inhumano que se le aplica”. Es decir, humano es asociarse a otros hombres, a pesar de que entre aquellos que se muevan por pasiones pueda surgir el conflicto y la enemistad (E4P32), ya que la experiencia indica que de la vida en solitario se desprenden más inconvenientes que ventajas (E4P35SC): un hombre solo no tiene derecho, pues el derecho es lo que uno puede, y solo no tiene la capacidad de defenderse frente a muchos, además de que tampoco puede proveerse de lo necesario para vivir y, como veremos, apenas puede salir por sí mismo de la ignorancia y la servidumbre de las pasiones. Soledad es sinónimo de servidumbre, mientras que algún tipo de amistad contribuye a la autonomía. Aunque con matices, hay alternancia y complementariedad entre soledad voluntaria y sociabilidad, al final de lo que se trata es de sumar recursos. El propio Spinoza se retira en alguna ocasión de la vida social para concentrarse plenamente en el trabajo de su filosofía.
Ahora bien, estas formas de amistad pasiva no vienen sin recomendaciones por parte de Spinoza. La proposición 70 de De Servitute dice que “un hombre libre que vive entre ignorantes procura cuanto puede declinar sus beneficios”. Como nos explica Macherey (1994, p. 466), aceptar beneficios de otros puede atraparnos en juegos perversos de servicios prestados, donde la persona deba conducir sus acciones no desde su propio criterio racional sino desde las deudas contraídas a cambio de favores. Prueba de ello es el rechazo del prestigioso empleo en la Universidad de Heidelberg que le ofrece el profesor Fabritius, alegando que “no sabe dentro de qué límites debe mantenerse su libertad de filosofar” (Ep48). Sin embargo, los beneficios hay que rechazarlos con cautela para no incurrir en ofensas (E4P70C), por lo que la cautela y el silencio son señalados por Tatián (2002) como herramientas claves entre las relaciones del hombre sabio con el ignorante.
De ahí la reticencia a compartir opiniones con aquellos que aún no estén preparados para sus ideas; en su Correspondencia encontramos numerosas muestras de ello, como el temor a las disputas que le confiesa a Oldenburg en la Ep 6: “A veces desisto de este trabajo, porque todavía no tengo ninguna decisión firme sobre su publicación. Pues temo que los teólogos se ofendan y me ataquen con el odio y la vehemencia que les es habitual, a mí que siento verdadero horror hacia las disputas”; o las reservas hacia el joven Caesearius que le traslada a De Vries “nadie me resulta más enojoso que él y con nadie he procurado ser más reservado. Por eso quisiera prevenirle a usted y a todos los conocidos que no le comuniquen mis opiniones [porque] aún es demasiado jovencito y poco constante, más amante de la novedad que de la verdad” (Ep9); y la petición final del Tratado breve dirigida a sus amigos “os quiero rogar muy encarecidamente que pongáis buen cuidado al comunicar estas cosas a otros”. En definitiva, la divisa caute tiene así clara aplicación.
Solo entre sabios la plena relación es posible, ya que “entre amigos todas las cosas, sobre todo las espirituales, deben ser comunes” (Ep2). Para Spinoza la verdadera amistad es aquella que se da dentro de la racionalidad: “es un honor trabar lazos de amistad con gentes que aman sinceramente la verdad, porque nada de cuanto hay en el mundo puede ser amado con más tranquilidad que a tales hombres” (Ep19); luego el amor que surge de la amistad, fundado en el amor que cada uno siente por la verdad, se torna indestructible y es considerado “el más grato que puede darse hacia las cosas que están fuera de nuestro poder […] ya que nada, fuera de la verdad, es capaz de unir totalmente distintos sentidos y ánimos” (Ep19). La amistad nace de la verdad compartida, y es siempre una puesta en juego, que primero se vincula a la fortuna (Tatián, 2002, p. 53), pero cuanto más en común tienen los hombres entre sí, menos accidental y más necesaria se torna la relación.
De todas las cosas que la razón nos indica como bienes para alcanzar una mayor perfección, el más útil es aquel que más concuerda con nosotros en naturaleza, y de entre todas las cosas singulares, el ser humano es aquel que más en común tiene con nosotros y que, por tanto, más nos conviene (E4P18E). Pero, obviamente, no todos los seres humanos encajan entre sí: los que están sujetos a las pasiones no concuerdan en naturaleza, dado que sus potencias difieren, y pueden enfrentarse y convertirse en enemigos, pues entre ellos pueden surgir celos, envidias e inseguridades (E4P32). Solo los hombres que se guían por la razón coinciden en naturaleza y lo que es bueno para ellos es asimismo bueno para cada hombre. Y solo de los hombres libres “puede decirse que se esfuerzan con igual deseo de amor en hacerse el bien”, por lo que solo ellos serán agradecidos entre sí (E4P71) y nunca actuarán con dolo (E4P72), luego siempre serán honestos (E4P37). Sin embargo, la amistad ideal, como la propia sabiduría, también es tan rara como escasa.
Por ello, Spinoza desarrolla una ética de lo cotidiano, que “nos da consejos útiles en cuanto a la manera de conducirse con los vecinos, de encontrar verdaderos amigos y de rechazar las proposiciones inconvenientes para mantener la independencia de determinados grupos o instituciones. Es una ética que resulta de un compromiso entre los impulsos de la afectividad y las enseñanzas de la razón y expresa un cierto deseo de libertad” (Macherey, 1994, p. 474). En este contexto, la amistad es una ética de la comunicación que consiste en reorganizar los reencuentros y componer los vínculos a partir de los cuales aparece una política de la libertad. A fin de cuentas, lo importante es generar un arte de vivir (Espinosa, 2018, p. 278) que conjugue todas las herramientas disponibles para llegar a la liberación. En conclusión, podemos afirmar, como señala Fraisse (1974), que la amistad tiene un rol muy positivo en nuestro progreso hacia la salud integral (p. 88). Y para demostrarlo, analizaré las contribuciones concretas de la amistad en los distintos planos de la vida humana.
De la amistad como estrategia de liberación
El concierto entre los seres humanos presenta, además del aspecto ético-político, un aspecto físico: de una parte, “el cuerpo humano se compone de muchísimos individuos, cada uno de los cuales es muy compuesto” (E2post1) y, de otra, “precisa, para conservarse, de muchísimos otros por los que es continuamente regenerado” (E2post4). Cada cuerpo tiene una proporción de movimiento y reposo que se mantiene constante para evitar su descomposición, al respecto serán buenas aquellas cosas que lo conserven, y malas las que lo corrompan (E4P39). Ahora bien, como ninguna cosa puede ser mala por lo que tiene en común con otra, sino solo en la medida en que le es contraria (E4P30), existe una proporción creciente entre la concordancia de los cuerpos y el incremento de sus potencias, lo que significa que, a más cosas en común, más alegría posible. Se puede decir, por analogía, que la amistad es una suerte de regeneración anímica para las personas.
En relación con el aspecto ético-político, lo común va a ser beneficioso tanto a nivel cognoscitivo como afectivo, con sus consecuentes implicaciones en la vida práctica individual y social. En el plano cognoscitivo, el amigo puede actuar como modelo, medio y guía si es competente, y aumentar así nuestro conocimiento gracias a que su semejanza con nosotros permite tal magisterio. En general, seguir un modelo de hombre perfecto es el primer paso en el camino de liberación. La perfección, indica Spinoza en el Prefacio de De Servitute, se dice de aquello que tiene más realidad o, lo que es lo mismo, menos límites e impotencia. Ya en el KV dice que el hombre perfecto es libre y racional (KV, II, 6/7), cuyo ejemplo sirve para identificar los bienes que nos ayudarán a alcanzar tal perfección (KV, II, 4/5). Posteriormente, en E4, el holandés emplea nueve proposiciones, de la 65 a la 73, para exponer las características del hombre libre con el fin de ofrecernos una recta norma de vida.
Recordemos también que uno de los usos de la imaginación es seguir un criterio seguro de vida que nos guíe mientras no tengamos un conocimiento adecuado de nuestros afectos (E5P10E). Esta norma puede surgir de la piedad que nace de la identificación con otros cuerpos gracias al mecanismo de imitación de los afectos. Por lo que, en ausencia de la razón, seguir aquellas pautas hará nuestra vida soportable, a pesar de que sea buena o útil por accidente dado que aún es pasiva. Gracias a ella es posible instaurar una asociación global y singular entre los hombres con un sentimiento común, como dice Fraisse (1974): “la concordancia en naturaleza es posible en virtud de unas ciertas similitudes en las actividades de la mente, como la imitación de los sentimientos que surge por la similitud de afecciones entre ciertos cuerpos” (p. 91). Lo que indica que la asociación de los hombres basada en la imitación de los afectos es el paso previo al desarrollo de las nociones comunes, luego el encuentro con el otro es solo en segunda instancia racional.
En la proposición 2 de E4, Spinoza indica que “padecemos en la medida en que somos una parte de la naturaleza que no puede ser concebida por sí, sin las otras”; y que, según E2P19, la mente conoce al cuerpo solo en tanto que este es afectado, luego tenemos que conocer las causas externas que nos determinan para conocernos a nosotros mismos. Por lo que, en las proposiciones 38 y 39, Spinoza establece que hay que remontarse a lo común como base del conocimiento racional: “aquellas cosas que son comunes a todos y que están igualmente en la parte y en el todo, no puede ser conocidas sino adecuadamente” (E2P38); a lo que añade que “en la mente también será adecuada la idea de lo que es común y propio al cuerpo humano y a ciertos cuerpos externos por los que el ser humano suele ser afectado” (E2P39). Así, el conocimiento adecuado se obtiene aplicando la inducción sobre los datos de la experiencia para obtener nociones comunes que nos permitan conocernos bajo la perspectiva de la eternidad, o sea, de acuerdo con las leyes naturales que nos rigen, aprehendiendo nuestro lugar en la totalidad. De lo que deduce en el corolario de esta última proposición, que “la mente es tanto más apta para percibir muchas cosas adecuadamente cuantas más cosas en común tiene su cuerpo con otros cuerpos”, lo cual prepara el terreno de nuevo a la amistad.
Sin embargo, las leyes de la naturaleza que nos desvela la razón son más fácilmente identificables en el otro que en nosotros mismos. El ansia del hombre por explicarse a sí mismo a menudo lo hará caer en la fabulación. Vemos, en el Apéndice de De Deo, que el ser humano ansia conocer las causas finales de las cosas y comprender al otro a través de sí mismo, lo que le llevará a vivir la misma realidad conjunta, con más o menos acierto en cada caso (E1Ap). En este marco, el alma tenderá a esforzarse por imaginar aquello que le provoca alegría, o lo que es lo mismo, a destruir lo que le conduce a la tristeza (E3P28) y, en este sentido, tratará de cambiar el miedo, que es una pasión triste que surge de la privación de conocimiento (E2P18EII), por la esperanza o la seguridad, es decir, por un relato creíble que permita “afirmar de nosotros y de la cosa amada aquello que nos afecta de alegría, y negar todo cuanto imaginamos que nos afecta de tristeza” (E3P25). De este modo, a veces se acertará, pero ya que la imaginación es falible, también “vivirá las pasiones creyendo que son razonables, y no solo carecerá de ideas adecuadas, sino que tendrá la fantasía de que esas ideas inadecuadas no lo son en absoluto” (Moreau, 2021, p. 112); por ello no habrá comportamiento humano que no vaya acompañado del autoengaño y de la ilusión del dominio de nuestras acciones. Luego necesitaremos del otro, que nos ve mejor a nosotros desde fuera que a sí mismo, para que nos guíe (y guiarle a su vez) con el libre juicio de la razón. Y, puesto que la verdad no es una conquista permanente, sino que requiere de nuestro perpetuo esfuerzo, nada mejor que compartir la labor del discernimiento ayudado por otros que persiguen lo mismo que nosotros.
Es por todo esto que el amigo, aquel que más conviene con nosotros en naturaleza, es considerado como lo más útil que tiene el hombre para conservar su ser y gozar de una vida racional (E4Ap9), lo que también nos fortalecerá en el plano afectivo. Para empezar, reforzará nuestro amor hacia la verdad con el suyo propio, y gracias a ello la amaremos con más constancia y fortaleza, dado que persistiremos con vehemencia en nuestra tarea si recorremos el sendero junto a otros iguales que si lo hacemos solos (E3P31). Además, nuestra alegría aumentará al sabernos amados por otros, ya que “cuanto mayor es el afecto de que imaginamos afectada a la cosa amada, con tanta mayor alegría nos contemplaremos a nosotros mismos. O sea, tanto más nos gloriaremos” (E3P34); es decir, tanto más incrementará el contento de uno mismo. De ahí que Matheron (2009) identifique el amor al amigo con el amor a uno mismo (p. 594), pues ambos crecen paralelamente; el amor al otro produce amor de sí. Finalmente, la amistad también nos afectará muy gratamente en cuanto que somos atendidos por otros: cuanto más sentimos que otros nos cuidan, que se preocupan por deleitarnos (E3P29E), más crece nuestra alegría, lo que a su vez reporta felicidad mutua (E3P53C). El cuidado es propio del ser humano, pues queremos alegrar a aquellos que amamos, bien sea por temor a la soledad o de manera desinteresada. Como dijimos al principio, no podemos vivir sin amor, ni existir sin gozar de algo con lo que estemos unidos y fortalecidos.
En resumen, el aumento de la proporción de las ideas adecuadas que tenemos, con la alegría que sentimos, tiene como consecuencia en nuestra vida práctica una mayor capacidad de actuar en lugar de padecer, es decir, de ser causa adecuada de nuestros afectos, en vez de parcial, lo que implica una mayor fuerza frente a los afectos externos. En esto reside la liberación: en mantener una proporción favorable de ideas adecuadas sobre las confusas, de alegrías sobre las tristezas. Esta será la diferencia entre el sabio y el necio, entre el que vive la vida desde el amor nacido de la razón o el que la vive miserablemente (E5P20). Se trata de una empresa nunca acabada y para la que es decisivo el concurso de la amistad, sea en el sentido general de la cooperación social o en el más íntimo de una relación directa de ayuda y estímulo.
También en el plano político la amistad jugará un papel relevante. En el capítulo II del Tratado político, Spinoza identifica el derecho natural con la potencia del ser humano para existir y actuar en tanto que este derecho se extiende hasta donde llega su poder (TP 2/4), puesto que solo puede verse limitado por las leyes de la naturaleza o por el poder del otro; de ahí que la justicia no exista en el derecho natural, sino tan solo la ley del más fuerte. Es por ello por lo que el conflicto y la guerra serán una constante, pues es sabido que los seres humanos que se guían por las pasiones son contrarios entre sí, y ellos son la mayoría. La autonomía será un bien casi imposible de alcanzar desde la individualidad, dado que solo a través de la asociación pueden los humanos unir sus potencias para defender sus derechos comunes: “La sociedad en sentido amplio es posible por un mínimo común en virtud del cual tiene lugar la existencia civil” (Tatián, 2002, p. 149), que se concreta en el deseo de conservar nuestro ser. De modo que la sociedad surge por la necesidad de procurarse los bienes necesarios para subsistir, ya que solo así pueden habitar y cultivar las tierras con seguridad, protegerse de los adversarios y dedicarse al cultivo de la mente (TP, 2/15).
El mínimo común se forja en el miedo a ser avasallados por sus enemigos y en la esperanza de una vida mejor (TP, 3/3), pero la sociedad corre el peligro de que surjan rebeliones y sediciones que comprometan la seguridad del Estado cuando un grupo quiera imponer su juicio sobre el derecho común. Además, es obvio que las decisiones del Estado no siempre conformarán a todos, por ello hay que generar un poder que se guíe por la razón, para que prime el bien mayor futuro sobre el mal menor presente, de manera que prevalezca la norma de común utilidad sobre los intereses particulares (TP, 3/5). Cosa que no es nada fácil, en la medida en que la sociedad es pasional (TP, 1/5), por lo que lo primero es contar con un Imperium racional que promueva la armonía y la solidaridad, y que ante todo respete los derechos comunes y tenga una conducta ejemplar (TP, 4/4). Solo así el Estado podrá alcanzar su verdadero fin: la seguridad, es decir, la conservación de su propio poder evitando las sediciones que llevan a su destrucción.
Una vez sentada esa garantía, todo puede mejorarse gradualmente con una buena organización política, pasando de lo pragmático a lo afectivo e intelectual: “el mejor Estado es aquel en que los hombres llevan una vida pacífica, entendiendo por vida humana aquella que se define, no por la sola circulación de la sangre y otras funciones comunes a todos los animales, sino, por encima de todo, por la razón, verdadera virtud y vida del alma” (TP 5/5). El holandés no se conforma con la mera subsistencia y va más allá de la mera satisfacción de las necesidades básicas. Por eso se puede concluir que “para Spinoza el objeto de la política radica en producir la mayor cantidad de amistad posible [porque] la idea de amistad critica y suspende el pacto, el mecanismo contractual; la comunidad de hombres libres imaginada por Spinoza no tiene la forma negativa de socios que contraen obligaciones, sino la dinámica afirmativa de amigos que componen su potencia” (Tatián, 2002, p. 136). Luego, según este ideal, la sociedad será más fuerte y estable cuantos más individuos estén unidos racionalmente, lo que les garantiza vivir en concordia y perfeccionar su naturaleza (TRE, 14; E4P40, E4Ap12). En definitiva, el conocimiento, la autonomía y la alegría no son alcanzables en soledad, dado que únicamente “a través de la amistad y la cautela pueden los hombres perpetuar su condición de hombres libres” (TP, 5/4), pues solo a través de la asociación creciente que asegura una unión de mínimos, pero aspira a una de máximos, puede el hombre acabar de perfeccionar su naturaleza.
Conclusión: nada hay más útil para un hombre que otro hombre
La utilidad es una noción nuclear de la filosofía de la liberación de Spinoza, a condición de entender que tiene grados diferentes de cualificación, y por ello su búsqueda es la tarea de todo ser humano que desee alcanzar la liberación. Recordemos los pasos fundamentales: la primera definición de De Servitute dice que “por bien entiendo aquello que sabemos con certeza que nos es útil”. Para distinguir entre los diversos sentidos de lo útil para la liberación debemos guiarnos por el juicio de la razón, bien provenga de nosotros mismos o bien sea asimilado por nuestra imaginación como una recta norma de vida dada por agentes racionales externos tales como la educación, las instituciones, o un consejo amigo. Así, en segundo lugar, se certifica que “entre las cosas singulares, nada se da que sea más útil para el hombre que otro hombre” (E4P35C), habida cuenta de lo mucho que se asemejan y que los une, según ha quedado expuesto más arriba. Pero existe un tercer momento de cualificación de la utilidad que conduce a la amistad, ya que el amigo nos beneficia a través del conocimiento, el afecto y el socorro mutuos. Por ello es propio de sabios unirse a otros por amistad y la generosidad resulta uno de los pilares de la fortaleza humana.
Ahí también hay grados, pero no cabe reducir la generosidad a utilidad entendida en términos maquiavélicos, si bien es verdad que en ciertos niveles de amistad no racionales el interés puede ser la principal motivación para la asociación entre hombres. De hecho, el camino de las buenas relaciones admite mejoras y “sería un error borrar el aplomo de una verdadera generosidad bajo el pretexto de que todo radica en la utilidad […] Spinoza superpone los tres fundamentos [aristotélicos] de la amistad, ya que la utilidad encontrada en otros hombres es fuente de placer y proviene del libre ejercicio de la virtud” (Méchoulan, 2017, p. 19). Lo útil incluye desde el mero interés hasta la virtud, por eso basta con atender a la proposición 20 de la cuarta parte de la Ética para encontrar la identificación que Spinoza realiza entre utilidad, virtud y alegría.
La asociación entre utilidad y racionalidad puede dar lugar a equívocos, siendo identificada con la tan denostada razón instrumental, donde el vínculo que se establece con los útiles es meramente de uso, de medio, y nunca de finalidad; pero la racionalidad de Spinoza no olvida el bienestar del otro. En el segundo corolario de la proposición 35 de la parte cuarta de la Ética el holandés afirma que “los hombres serán tanto más útiles recíprocamente cuanto más busque cada uno su propia utilidad”, es decir, bienestar propio y bienestar común se identifican, diluyéndose así los límites entre egoísmo y altruismo en un impulso común. Dice Lucash (2012) que esto es así porque “en nuestro autor existe un sentido sano de amor a uno mismo que no excluye el amor a otros […] sino que solo a través de la solidaridad se puede incrementar la propia potencia” (p. 309). En otras palabras, la propia utilidad bien entendida conduce necesariamente a la unión con el otro, tanto más estrecha cuanto más racional sea.
Un paso más allá, el cuidado del otro va de la mano del cuidado de uno mismo, dado que la alegría humana se intensifica con la contribución a la de otros: “a mi felicidad pertenece contribuir a que otros entiendan lo mismo que yo, a fin de que su entendimiento y deseo concuerden totalmente con mi entendimiento y deseo” (TRE, 14). La concordancia general es el mejor premio, pues nadie puede ser feliz sin compartir la vida. La fortaleza reside, por un lado, en la firmeza, que es el cuidado de uno mismo y, por otro lado, en la generosidad, o sea, en el cuidado del otro; de ahí que no se separa el fin de uno mismo del fin de los demás. Ya desde el KV el autor afirma que “el único fin que yo intento conseguir, es poder gustar de la unión con Dios y formar en mí ideas verdaderas y dar a conocer estas cosas también a mi prójimo. Porque todos nosotros podemos ser igualmente partícipes de la salvación, como sucede cuando esta produce en mi prójimo los mismos deseos que en mí, haciendo así que su voluntad y la mía sean una y la misma, formando una y la misma naturaleza, que concuerdan siempre en todo” (KV, II, 25/8). Y, como se ha visto, esta idea se repite en el TP y en la Ética con distintos matices: la racionalidad permite la concordancia afectiva y con ello la paz social, de modo que cuando el sabio busca su utilidad encuentra la de todos, aunque el proceso culmina en la amistad más profunda.
En suma, es posible afirmar que la filosofía de Spinoza es una filosofía orientada al logro de la sabiduría, lo que a su vez implica en primer plano la composición de los afectos, dentro de la cual se concede un rol especialmente importante al amigo. Sabemos que no hay conocimiento y amor sin objeto, que amar es parte de la naturaleza humana y que, después de Dios, aquello más valioso es el propio ser humano. Y dado este marco global, el amor hacia el amigo es el más fuerte, virtuoso y alegre, es decir, el más útil.
Referencias
Deleuze, G. (1975). Spinoza y el problema de la expresión. Muchnik.
Espinosa, L. (2018). El pensamiento narrativo de Spinoza. Co-herencia: Revista de Humanidades, 15(28), 271-295.
Fraisse, J. C. (1974). De l’accord en nature et de l’amitié des sages dans la philosophie de Spinoza. Revue de Métaphysique et de Morale, 79(1), 88-98.
Lucash, F. (2012). Spinoza on friendship. Philosophia, 40, 305-317.
Macherey, P. (1994). Éthique IV: les propositions 70 et 71. Revue de Métaphysique et de Morale, 99(4), 459-474.
Matheron, A. (2009). Individu et communauté chez Spinoza. Les Editions de Minuit.
Méchoulan, É. (2017). Lire avec soin: Amitié, justice et médias. ENS Éditions.
Meinsma, K. O. (1986). Spinoza et son cercle. Etude historique et critique sur les hétérodoxes hollandais. Librairie Philosophique Vrin.
Moreau, P. F. (1994). Spinoza. L´expérience et l´éternité. PUF.
Moreau, P. F. (2004). Spinoza: lire la correspondance. Revue de Métaphysique et de Morale, (1), 3-8.
Moreau, P. F. (2021). Spinoza. Filosofía, física y ateísmo. A. Machado Libros.
Nadler, S. (2021). Spinoza. Akal.
Tatián, D. (2002). La cautela del salvaje: pasiones y política en Spinoza. Adriana Hidalgo.
Sainz, A. (2020). Reciprocidad y utilidad común en la filosofía política de Spinoza. Ágora: Papeles de Filosofía, 40(1), 207-228.
Spinoza, B. (1986). Tratado político, trad. Atilano Domínguez. Alianza.
Spinoza, B. (1986). Tratado teológico-político, trad. Atilano Domínguez. Alianza.
Spinoza, B. (2009). Ética demostrada según el orden geométrico, trad. Atilano Domínguez. Trotta.
Spinoza, B. (2014). Tratado de la reforma del entendimiento, trad. Atilano Domínguez. Alianza.
Spinoza, B. (2020). Correspondencia, trad. Atilano Domínguez. Guillermo Escolar.
Spinoza, B. (2020). Tratado breve, trad. Atilano Domínguez. Guillermo Escolar.
1 Para ampliar sobre estas transiciones, leer Fraisse (1974) y Tatián (2002).